miércoles, 10 de noviembre de 2010

En memoria de Marcelino Camacho, fundador de CCOO


Ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar

Hace unos días murió Marcelino Camacho, dirigente histórico de las Comisiones Obreras, comunista, obrero metalúrgico y símbolo de la lucha de los trabajadores contra la dictadura franquista.
Esta sección de la CGT quiere rendirle un sentido homenaje a este luchador, sencillo en el trato e inquebrantable en sus principios. Gente como él, es la que necesita la lucha de los trabajadores en el día a día, más cuando hoy la patronal está decidida a cercenar los derechos que con tanto esfuerzo y sacrificio han costado.
Marcelino fue un trabajador que entregó toda su vida a la causa de la defensa de los intereses de la clase obrera. Fue un pionero en la construcción de un gran movimiento obrero con conciencia de clase en las condiciones más adversas, en las asambleas clandestinas en los barrios obreros y fábricas de cualquier ciudad del país o desde las celdas de las prisiones del dictador Franco. Su voz siempre retumbó como un aldabonazo, llevando su mensaje a favor de la libertad de los oprimidos.
Lideró las grandes batallas de los años setenta, organizando Comisiones Obreras en cada  centro de trabajo donde hubiese un aliento de lucha. Y no dudó nunca en mantener la bandera del sindicalismo de clase, combativo, contra aquellos que pretendían convertir las organizaciones de los trabajadores en una columna más del sistema capitalista. Fue siempre la voz de la conciencia obrera.
Hijo de un ferroviario de la UGT, Marcelino nació en 1918 en Osma La Rasa (Soria) y se afilió al Partido Comunista de España en 1935, en los tiempos en que nacía el Frente Popular. Fue uno de tantos miles de jóvenes antifascistas que sostuvieron a la República durante los tres años de la guerra civil y en marzo de 1939 tuvo que sufrir la ignominia de ser encarcelado en Madrid, como tantos comunistas, por la junta golpista del coronel Casado, que pactó la rendición de la capital.
Tras unos meses en la clandestinidad, fue detenido y condenado a reclusión en campos de trabajo forzado, el último de ellos en Tánger, de donde se fugó para dirigirse al exilio en Orán (Argelia). Volvió a España en 1957 y entró a trabajar como obrero metalúrgico en la mítica Perkins Hispania, desde donde participó en la fundación de las Comisiones Obreras, una forma de hacer sindicalismo moderna, de carácter sociopolítico, que unía la defensa de los derechos y aspiraciones de la clase obrera a la lucha por la democracia.

La acertada estrategia de penetración en los sindicatos verticales franquistas para coparlos desde dentro y defender las reivindicaciones de los trabajadores se mostró acertada y muy pronto las siglas CCOO, presentes en todos los tajos y todas las luchas, se convirtieron en sinónimo de la libertad.
En 1967, Marcelino fue detenido y pasó nueve años en la cárcel, condenado en el Proceso 1.001, en el que la dictadura juzgó de manera arbitraria a los principales dirigentes de Comisiones Obreras. A su salida, en 1976, Marcelino dijo una frase que se ha mostrado emblemática: “Ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar”.
Miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, fue elegido diputado por Madrid en 1977 y 1979, pero abandonó su escaño en 1981 por sus diferencias con la dirección del PCE encabezada por Santiago Carrillo.
Fue secretario general de CCOO hasta 1987, cuando le sucedió el hoy diputado socialista Antonio Gutiérrez, y ostentó el puesto honorífico de presidente de CCOO hasta el conflictivo Congreso de 1996, cuando el sector oficial de Gutiérrez forzó su destitución por sus críticas a la derechización del sindicato y la difuminación de su identidad clasista. Hasta el último día de su vida Marcelino ha tenido el carné nº 1 de CCOO y, por supuesto, el carné del Partido Comunista de España.
Aseguran, los que le conocieron, que Marcelino destacaba por su afabilidad y enorme cultura. Dicen que si te encontrabas con Marcelino en el metro o por casualidad, se sentaba a tu lado, en un tren, del que volvía de dar alguna charla, y le saludabas, te brindaba la mejor de sus sonrisas, te estrechaba la mano con el calor sincero con el que los viejos luchadores saben animar a las jóvenes generaciones.
Gracias a hombres como él, hoy podemos hablar de que los trabajadores todavía tienen derechos y libertades. El mejor recuerdo que podemos hacerle, independiente de esta sucinta biografía, es continuar con su espíritu de combate, y no permitir que nos roben lo que otros hombres con su sangre y abnegación lograron conquistar para las futuras generaciones.
A nosotros tampoco ni nos doblarán, ni nos doblegarán, ni nos vamos a dejar que nos domestiquen. Marcelino vive, la lucha sigue…

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