miércoles, 6 de julio de 2011
Banca Telefónica Unoe; Truhanes o el trío calavera
La marrullería ha sido desde hace tiempo una de las prácticas con las que los responsables del departamento de Banca Telefónica de Uno-e, tanto en Madrid como en Badajoz, brindan a los agentes, compañeros que realizan operaciones financieras de alto riesgo sin que se vea recompensado su esfuerzo con unos incentivos transparentes y justos. En estas plataformas se pretende premiar la sumisión y, si es posible, la delación de algún que otro coordinador, enturbiar la confianza entre delegados sindicales y trabajadores, alentar la humillación y reprimir toda actividad que no redunde en lo que ellos llaman productividad.
En sus incentivos trimestrales, que paga GSS Line, existe un parámetro discrecional, en el cual es fundamental sacar “buena nota”: se explica como la actitud del gestor ante su trabajo y sus superiores, y se reconoce que es totalmente subjetivo; en ningún modo cuantificable. En otras palabras, si protestas más de lo tolerable, no ves un duro.
Cuando a José Carlos Navarrete se le nombró jefe de servicio de la campaña, la situación comenzó a degenerarse, y pronto los compañeros supieron de qué iba el buen señor. Debió de creer que aquellos agentes que llevaban años gestionando tal difícil servicio, del cual ignoraba los procedimientos, (y sigue ignorándolos), disfrutaban de una serie de libertades insufribles en un Call Center. Y comenzó a prohibir: fuera de las mesas cualquier tipo de comestible, incluido frutas o golosinas; no a las bebidas gaseosas, no a los cafés, sólo agua, embasada y en botella. Espoleó a los coordinadores para que obligasen a los trabajadores a que guardasen un silencio sepulcral entre llamada y llamada, y a que nadie se levantase de su silla sin permiso.
Los incentivos trimestrales, a los que hemos aludido antes, comenzaron a mermar en su cuantía para aquellos que conseguían cobrarlos. La excusa: no se seguían los procedimientos de “Stiga”. Los “estigazos” como comenzaron a conocerse en la plataforma con sorna, consistían en una serie de pautas marcadas por una empresa que se dedica a medir a la calidad de servicio de atención telefónica de las principales entidades financieras de España. Sobre aquellas normas los compañeros debían adaptarse en cada llamada para que nuestro cliente tuviera buena nota con respecto a sus Call Center competidores.
En esto hizo acto de presencia, Mónica Martínez, máxima responsable de GSS para las campañas del Grupo BBVA. Con una frivolidad aterradora ante la demandas de los trabajadores y la demostración de una gran ignorancia de cualquier derecho laboral, esta desconocida hasta entonces por todos los trabajadores, junto con un cada vez más abochornado Navarrete, prometió unos sustanciosos incentivos económicos y premios que el banco iba a proporcionar por conseguir un buen puesto en la clasificación de Stiga.
Al cabo de unos meses de esfuerzos, la Banca Telefónica de Uno-e se colocó en el segundo puesto entre las treinta principales compañías del sector. Una vez más, los trabajadores mostraron su gran profesionalidad y su buen hacer. ¿Sabéis cual fue la respuesta? Se dividió en dos:
- Por una parte los trabajadores recibieron una modificación sustancial de las condiciones de trabajo, impuesta de forma salvaje, con turnos partidos, incompatibles con la vida familiar de la mayor parte de ellos. La cobarde justificación fue que el cliente reducía el horario de llamadas. La verdadera razón: rentabilizar el servicio con menos agentes, ganar más dinero a costa de unos profesionales que fueron puteados para marcharse de la empresa, situación que consiguió GSS con los métodos más sucios y marrulleros que se recuerdan.
- Por otra parte, de los incentivos prometidos por Mónica Martínez nada de nada. Esta señora prometió lo que jamás se abonó, y nunca dio explicaciones de ello a nadie. No lo consideraba necesario, porque el cliente, es decir, Uno-e, le demandaba nuevos procedimientos que los trabajadores debían asumir. Con su característico encogimiento de hombros se esfumó el dinero prometido, repartió otros cuantos cambios de turno a los gestores personales de Uno-e, departamento anexo, al de banca telefónica, (sin cumplir los plazos legales previstos en el convenio), y afirmó dormir todas las noches de puta madre, en su despacho postizo de fotocopias de títulos tramposos.
La situación se le desbordó a José Carlos Navarrete, tenía una campaña alzada contra las medidas draconianas que provocó una huelga de 24 horas y el desprestigio de la dirección de la empresa ante los ojos de los gestores de banca telefónica. La cosa pintaba bastos para este sujeto, a pesar de todas las artimañas que su mano derecha, Gema Bachiller, supervisora de la campaña, realizó entre los trabajadores: mentiras sin cuento, amenazas veladas y, sobre todo, muy mala ostia.
Destrozada la plantilla, menguada a un grupo reducido de agentes, el asco que sentían la mayor parte de ellos ante tantos embustes provocó una apatía generalizada. Sin embargo, la granujería parece que no conoce límites, o los coloca en el mismo espacio que su codicia.
Meses después, este trío tan fabuloso, al que hemos identificado como los calavera, ha vuelto el pasado mes de Mayo a la carga con Stiga. Tanto en Badajoz como en Madrid se reunieron con los trabajadores y se les informó que había bajado su rendimiento, que estaban ahora situados en el puesto 27 (¡OH, sorpresa!) , que tenían que poner de nuevo de su parte, que tenían que esforzarse para que GSS mejorase en el Stiga…. Naturalmente, los trabajadores volvieron a preguntar por aquellos incentivos comprometidos, nunca cobrados y jamás explicados. Con su frivolidad de mariposa primaveral, Mónica Martínez, afirmó, sin sonrojarse, que sí se habían abonado, pero sólo para aquellos agentes merecedores de ello, y se habían ingresado con los incentivos trimestrales; y a continuación, sin darse cuenta de la contradicción en que estaba incurriendo, mientras Navarrete observaba absorto los puños lechuguinos de su camisa, y Bachiller asentía zalamera a cada palabra de su jefa, aseguró, arrugando el entrecejo en un esfuerzo supremo, que había mandado numerosos correos al cliente exigiendo aquellos incentivos no cobrados. Cuando se le pidió naturalmente que mostrara los correos, Mónica Martínez se encogió de hombros, manifestó que no tenía por qué probar nada y aquella noche, como era de prever, volvió a dormir de puta madre.
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